Capítulo 2. '¿No te atraigo, o qué?'
Daniela abrió los ojos, y ya era por la mañana. Lo sabía porque la luz entraba ligeramente por una de las ventanas. Hacía un poco de frío, así que subió la sábana, y se tapó un poco más. Se dedicó a inspeccionar la habitación con la vista. No era muy grande, al igual que la casa, tenía una cama de matrimonio, un armario, y una mesita de noche en la que había un despertador, una lámpara, y poco más. Parecía mentira que no se acordara de nada de lo que pasó anoche.
Daniela decidió que ya era hora de levantarse, así que fue al baño, se aseó, y fue hacia la cocina.
-Hola -saludó al chico de la cocina.
-Vaya, ya estás despierta -sonrió él tomándose una cucharada de cereales- Ya estaba preocupado. ¿Has dormido bien?
Iba con unos vaqueros, y la camiseta del pijama. Tenía el pelo despeinado, lo que le daba un toque bastante sexy.
-Sí, supongo -respondió- Pero, ¿qué pasó anoche? ¿Te conozco de algo?
-La verdad es que no mucho -sonrió él- Anoche estabas en una discoteca, y me tiraste una bebida encima. Me parece que te pasaste un poco con la bebida, porque no recordabas dónde vivías, así que te tuve que traer a mi casa. -explicó amablemente.
-Vaya, gracias. -dijo ella mirando el desayuno del chico.- Pensarás que habré hecho el ridículo -pensó en voz alta.
-La verdad es que no -dijo él.- He visto a chicas que estaban mucho peores que tú, la verdad.
-Pero, un momento, no habremos hecho nada, ¿verdad? -preguntó, asustada.
-No, no -aseguró él- No soy de esos que se aprovechan de las chicas.
-Menos mal -suspiró ella.
-¿Por qué? ¿No te atraigo, o qué? -preguntó divertido.
-¡No! Es que, bueno, yo... -intentó excusarse, pero no encontró las palabras adecuadas.
-No te preocupes -dijo él.- ¿Te apetece desayunar algo? Tengo cereales, galletas... Te puedo preparar unas tostadas, si quieres.
-No, gracias. Debería irme -dijo- Estarán preocupados por mí.
-Pero, ¿tú cuántos años tienes? -preguntó, nervioso.
-Veinte -respondió ella.- Es que todavía vivo con mi madre.
-Ah, vale. -respondió tranquilo- Bueno, no te retendré -sonrió.
-Voy a cambiarme, ¿vale?
-Claro, sabes dónde está el baño, ¿no?
-Sí -sonrió.
Daniela volvió a la habitación. Allí descolgó el vestido y fue hacia el cuarto de baño donde, en unos quince minutos, salió vestida y arreglada. Dobló delicadamente la camiseta de David, y la dejó en su cama. Después la deshizo, y la olió, olía un poco a él, mezclado con la colina de ella. Después la volvió a dejar como estaba. Buscó un trozo de papel en su bolso, pero no lo encontró.
-¿Daniela? -preguntó David a la vez que pegaba en la puerta de su habitación- ¿Puedo pasar?
-Sí, ya he terminado de arreglarme -respondió.
David entró en la habitación.
-¿Tienes un espejo? -preguntó Daniela- En el baño no he visto ninguno...
-Sí -se apresuró a responder- Aquí -abrió la puerta de su armario y vio uno pegado en la puerta.
-Gracias -respondió Daniela tímidamente sacando su brillo de labios.
-¿Me puedo cambiar de camiseta delante tuya? -preguntó David.- Aunque si te molesta, me voy al baño.
-No, quédate aquí, no me importa. -respondió volviendo a su brillo de labios.
En ese momento, Daniela aprovechó para espiar a su amigo. La chica ajustó el espejo de tal manera que pudiera ver a David cambiándose de camiseta. Definitivamente, era muy atractivo. Parecía el chico perfecto pero, no se sabe, quizás tuviera otra cara que Daniela no supiera que existía. Chicos que fingían ser de otra forma para impresionar a las chicas... Había visto millones de esos, e incluso se había topado con alguno de ellos, pero el no tenía pinta de ser así, ¿no?
Daniela estaba tan absorta en sus pensamientos que ni se dio cuenta de que David llevaba un rato mirándola desde atrás. Le sonreía. Daniela se giró buscando una excusa, pero no había forma de encontrarla por ningún lado.
-Yo, esto... Lo siento -dijo agachando la cabeza.
-No pasa nada -rió David.
-Bueno, me voy. Gracias por todo. -dice Daniela en un intento por evitar la conversación.
-¡Espera! -dice David un poco alterado- Te acompaño abajo, si quieres -dice- Tengo que ir a trabajar.
-Bueno, si no es molestia... -dice Daniela.- Te espero en la cocina, ¿vale?
-Vale.
Daniela salió de la habitación, y se fue a la cocina, a esperar a su compañero. Allí cogió una servilleta y apuntó su número de teléfono junto a su nombre. Decidió dejarla en un lugar oculto, pero a la vista. Lo pondría en la nevera sujeto con uno de los imanes. Después de esto, se sentó en una de las sillas y esperó a su amigo.
Mientras tanto, David estaba hecho un lío en su habitación. Sabía que Daniela era una chica amable, pero sabía que no debía fiarse mucho de las chicas guapas. Esas eran las que hacían más daño. Además, si se enteraba de que quería ser cantante, nunca querría saber nada más de ella. Pensaría que sería un muerto de hambre. Debería ponerse Querer es poder, una canción de su maqueta que había escrito especialmente para motivarse cada vez que sintiera que se iba a derrumbar. Buscó la maqueta por su habitación, pensando en que gastó en ella todos sus ahorros de un año para que no pudiera cumplir su sueño debido a que no conocía a nadie que pudiera llevarle a ese mundillo que esperaba con ansia desde hace tanto tiempo. Nada, no había forma de encontrarla. ¿Dónde la habría dejado?
Cansada de esperar sentada en una de las sillas de la cocina, Daniela se levantó y fue hacia el pequeño salón. Echó un vistazo a una de las estanterías, donde había algún que otro CD, pero ningún libro. Sacó un CD sin nombre, y ojeó la portada. No tenía mucho, se podía leer: Maqueta de David Lafuente, escrito a rotulador permanente negro con una letra muy cuidada. Pensó que le gustaría escuchar una de esas canciones, pero no veía ningún reproductor de música por ningún lado.
Harto de buscar desesperado, pensó que lo mejor sería irse al trabajo, iba a llegar tarde a la orquesta en la que trabajaba, y sabía que a su profesora no le gustaba que llegara tarde bajo ningún concepto. Estaba preocupado. Esa maqueta era la esperanza de cumplir su sueño, en ella gastó todos sus ahorros. Si la ha perdido, no se lo perdonaría en la vida. Cuando llegó al salón, se encontró a Daniela con su maqueta en la mano.
-¿Y esto? -preguntó ella sin levantar la vista de la maqueta.- ¿Es tuya?
-Sí -respondió él.
-¿Te gustaría ser cantante? -preguntó.
-Sí, bueno... -dejó la frase sin acabar. Daniela ojeaba la maqueta, le daba vueltas y más vueltas. David la observaba. No se sentía cómodo cuando alguien, prácticamente desconocido tuviera algo tan valioso para él en sus manos. Ella se dio cuenta sin ni siquiera levantar la vista, por lo que le devolvió el CD.
-Toma -le sonrió- Me parece que estás incómodo conque tenga algo tan valioso para ti, ¿no?
-Pensarás que soy un loco y un muerto de hambre -comentó él.
-No, en absoluto -negó con la cabeza- Al contrario, me gustaría escuchar la maqueta.
Y es que, ¿quién no ha tenido sueños por cumplir? Daniela los tenía, y uno de ellos era llegar a ser bailarina. Le encantaba el mundillo de la danza. Cuando era más joven, quería ser modelo, pero se lo quitó rápido de la mente. Al fin y al cabo, era una carrera en la que se pasaba hambre de forma innecesaria. También había otro chico en su clase que se dedicaba a ello. No profesionalmente, claro. Ahora mismo no recordaba su nombre.
-¿De verdad? -preguntó él.
-Sí, claro.
-Verás, no me importaría, pero llego tarde al trabajo y claro... -dice- Si te apetece, quedamos un día, la escuchamos, y tomamos algo por ahí. ¿Quieres?
Obviamente, lo que el chico quería era tener otra excusa para volver a encontrarse con la chica que esa noche durmió en su casa.
David no pudo dormir en toda la noche. Temía hacer algún movimiento involuntario que pudiera molestarle a Daniela. Se limitó a quedarse mirándola toda la noche y a no cerrar los ojos para nada. Sinceramente, cuando Daniela dormía, parecía una chica indefensa. Le recordaba a su hermanita pequeña, de tan sólo ocho añitos.
-Claro -sonrió ella- Bueno, ¿nos vamos?
-Sí, claro.
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