Capítulo 3: 'No quiero hablar de eso'
Daniela llegó a su casa temprano. Quizás su madre no estaría
despierta aún pero se equivocaba. Su madre estaba esperándola en la
cocina con un café en la mano y dando ligeros golpes en la mesa.
-Mamá, lo siento... -comenzó a disculparse ella.
-Anda, no te preocupes -dijo restándole importancia con la mano.-
Quiero que me lo cuentes todo -dijo emocionada- ¿Quién es? ¿Lo
conozco?
-¡Mamá! -exclamó ella, ofendida- No he hecho nada.
La madre de Daniela se volvió a sentar.
-Hija, tienes veinte años, ¿cuándo te vas a estrenar? Se te va
a pasar el arroz.
La madre de Daniela, Irene, tenía poca diferencia de edad con
respecto a ella, unos quince años. Se podía pensar que Irene está
todo el día encima de Daniela, pero no era así. Simplemente, sentía
curiosidad por lo que pasaba por la vida de su hija.
-Mamá -dijo Daniela negando con la cabeza- No quiero hablar de
eso.
-Bueno, está bien -aceptó la madre.- ¿No vas a la universidad,
o qué? Toda la noche de fiesta, y hoy te quedas aquí.
-Sí voy, pero hoy entro a las once. -respondió ella.- Iré a
darme una ducha.
-Ah, ¡Daniela! -la llamó su madre. Ella se giró- Ha venido el
hijo del vecino, ve a presentarte.
-¿Ya estás buscándome novio? -preguntó ella.
-Para nada, si me parece que tiene novia. Es muy muy guapo.
-aseguró su madre.
-Está bien, iré a darme una ducha y luego voy a verle.
Daniela fue a darse una ducha. Se lavó su melena lisa de pelo
negro, y se pasó el rizador. Odiaba tener el pelo liso, sin forma.
Salió del cuarto de baño envuelta en una toalla, y se puso
frente al armario. Allí escogió un conjunto
de los que se llamarían románticos. Sabía que iba a ir a un
instituto a dar clase a niños de quince años, pero nunca dejaba de
vestirse adecuadamente, nadie sabe dónde será el lugar en el que te
encontrarás al amor de tu vida.
Cuando terminó de arreglarse, eran las diez y media. Tocó el
timbre de la casa de enfrente para visitar al hijo del vecino. Pese
a la insistencia, no le habría nadie, así que se dio media vuelta.
-Esto... hola -le saludó un chico desde su espalda.
Daniela se giró y lo vio. El chico iba con una toalla enroscada
en la cintura, no tenía nada más. Daniela notó cómo se sonrojaba,
pero lo intentó disimular.
-Hola. ¿Eres el hijo de Marcial? -preguntó ella.
-Sí. ¿Y tú eres? -preguntó él.
-Daniela, la vecina de enfrente. Mi
madre me ha dicho que tu padre le ha dicho que le gustaría que nos
conociéramos -se excusó ella- ¿Cómo te llamas?
-Dani. -sonrió él- Qué coincidencia, ¿eh?
-Sí -sonrió Daniela.- Bueno, encantada. A ver si quedamos,
¿vale?
-Sí, pero hoy no puede ser. He quedado con un amigo que no veía
desde hace años.
Daniela se encogió de hombros y se dio la vuelta, entrando en su
casa.
-Tenemos que volver a quedar, ¿eh? ¡Que sé dónde vives!
-bromeó.
Daniela levantó la vista y le sonrió. Le hizo gracia ese
comentario.
-Adiós. -se despidió.
Ya eran las diez menos cuarto cuando terminó de hablar con su
madre sobre el vecino. se despidió de ella, y cogió el coche para
ir al instituto. Estaba bastante cerca de su casa. Después, tendría
que irse a trabajar al bar de su madre y sus abuelos.
Cuando llegó al instituto, aparcó el coche y entró en el
edificio. No era muy grande, pero sí acogedor. Aunque era verano, le
gustaba ir allí a ayudar a los de menor curso. Firmó en una
libreta, y la dejaron pasar a la biblioteca del centro. Cobraba diez
euros por hora, y trabajaba unas tres horas, por lo que no estaba
nada mal. Saludó a su alumno favorito, se llamaba Alberto, tenía
catorce años y le encantaba explicarle cosas. La llamaba 'Dani'
cariñosamente, para él, ella era como su hermana mayor. Y para
ella, él era como su hermano pequeño. Tenía muchísimo sentido del
humor, aunque sabía controlar los límites. Si Alberto fuera mayor
de edad, Daniela no tendría ningún problema en salir con él.
También saludó a Carlota, una chica rubia a la que le costaba
muchísimo trabajo aprobar sociales y naturales al tener dislexia.
Una vez, sacó un seis en un examen de naturales, al que Daniela
ayudó, al día siguiente, vino muy feliz y le dio las gracias por
todo. Su madre le regaló una caja de bombones.
También estaba Elena, una chica a la que le apasionaba el baile y
la moda. La madre le pidió a Daniela que le ofreciera clases de
baile a su hija, aunque Daniela no aceptó. No sabía bailar de
manera profesional, y no quería decepcionar a nadie.
-Dani, ¿puedes venir, por favor? -le llamó su chico favorito.
-Dime, Alberto -le dijo.
-Ayúdame con este problema de matemáticas, porfa. -pidió.
Daniela leyó el ejercicio. Ya le había explicado problemas de
ese tipo unas cinco veces, y estaba cansada.
-¿Otra vez? -preguntó ella- Si te lo he explicado muchísimas
veces.
-Por favor, Daniela, que mañana tengo examen y quiero aprobar.
-suplicó- Explícamelo una última vez.
Daniela miró a Alberto, y en sus ojos castaños vio relejado su
rostro, el rostro de cuando ella era pequeña y no tenía a ningún
hermano mayor que le explicara las actividades. Sintió lástima por
él, pero también por ella. Sonrió y añadió:
-Venga, vale. Pero me tienes que aprobar, ¿eh? -dijo guiñándole
un ojo.
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