lunes, 23 de diciembre de 2013

Capítulo 3: 'No quiero hablar de eso'

Capítulo 3: 'No quiero hablar de eso'

Daniela llegó a su casa temprano. Quizás su madre no estaría despierta aún pero se equivocaba. Su madre estaba esperándola en la cocina con un café en la mano y dando ligeros golpes en la mesa.
-Mamá, lo siento... -comenzó a disculparse ella.
-Anda, no te preocupes -dijo restándole importancia con la mano.- Quiero que me lo cuentes todo -dijo emocionada- ¿Quién es? ¿Lo conozco?
-¡Mamá! -exclamó ella, ofendida- No he hecho nada.
La madre de Daniela se volvió a sentar.
-Hija, tienes veinte años, ¿cuándo te vas a estrenar? Se te va a pasar el arroz.
La madre de Daniela, Irene, tenía poca diferencia de edad con respecto a ella, unos quince años. Se podía pensar que Irene está todo el día encima de Daniela, pero no era así. Simplemente, sentía curiosidad por lo que pasaba por la vida de su hija.
-Mamá -dijo Daniela negando con la cabeza- No quiero hablar de eso.
-Bueno, está bien -aceptó la madre.- ¿No vas a la universidad, o qué? Toda la noche de fiesta, y hoy te quedas aquí.
-Sí voy, pero hoy entro a las once. -respondió ella.- Iré a darme una ducha.
-Ah, ¡Daniela! -la llamó su madre. Ella se giró- Ha venido el hijo del vecino, ve a presentarte.
-¿Ya estás buscándome novio? -preguntó ella.
-Para nada, si me parece que tiene novia. Es muy muy guapo. -aseguró su madre.
-Está bien, iré a darme una ducha y luego voy a verle.
Daniela fue a darse una ducha. Se lavó su melena lisa de pelo negro, y se pasó el rizador. Odiaba tener el pelo liso, sin forma.
Salió del cuarto de baño envuelta en una toalla, y se puso frente al armario. Allí escogió un conjunto de los que se llamarían románticos. Sabía que iba a ir a un instituto a dar clase a niños de quince años, pero nunca dejaba de vestirse adecuadamente, nadie sabe dónde será el lugar en el que te encontrarás al amor de tu vida.
 
Cuando terminó de arreglarse, eran las diez y media. Tocó el timbre de la casa de enfrente para visitar al hijo del vecino. Pese a la insistencia, no le habría nadie, así que se dio media vuelta.
-Esto... hola -le saludó un chico desde su espalda.
Daniela se giró y lo vio. El chico iba con una toalla enroscada en la cintura, no tenía nada más. Daniela notó cómo se sonrojaba, pero lo intentó disimular.
-Hola. ¿Eres el hijo de Marcial? -preguntó ella.
-Sí. ¿Y tú eres? -preguntó él.
-Daniela, la vecina de enfrente. Mi madre me ha dicho que tu padre le ha dicho que le gustaría que nos conociéramos -se excusó ella- ¿Cómo te llamas?
-Dani. -sonrió él- Qué coincidencia, ¿eh?
-Sí -sonrió Daniela.- Bueno, encantada. A ver si quedamos, ¿vale?
-Sí, pero hoy no puede ser. He quedado con un amigo que no veía desde hace años.
Daniela se encogió de hombros y se dio la vuelta, entrando en su casa.
-Tenemos que volver a quedar, ¿eh? ¡Que sé dónde vives! -bromeó.
Daniela levantó la vista y le sonrió. Le hizo gracia ese comentario.
-Adiós. -se despidió.
Ya eran las diez menos cuarto cuando terminó de hablar con su madre sobre el vecino. se despidió de ella, y cogió el coche para ir al instituto. Estaba bastante cerca de su casa. Después, tendría que irse a trabajar al bar de su madre y sus abuelos.
Cuando llegó al instituto, aparcó el coche y entró en el edificio. No era muy grande, pero sí acogedor. Aunque era verano, le gustaba ir allí a ayudar a los de menor curso. Firmó en una libreta, y la dejaron pasar a la biblioteca del centro. Cobraba diez euros por hora, y trabajaba unas tres horas, por lo que no estaba nada mal. Saludó a su alumno favorito, se llamaba Alberto, tenía catorce años y le encantaba explicarle cosas. La llamaba 'Dani' cariñosamente, para él, ella era como su hermana mayor. Y para ella, él era como su hermano pequeño. Tenía muchísimo sentido del humor, aunque sabía controlar los límites. Si Alberto fuera mayor de edad, Daniela no tendría ningún problema en salir con él. También saludó a Carlota, una chica rubia a la que le costaba muchísimo trabajo aprobar sociales y naturales al tener dislexia. Una vez, sacó un seis en un examen de naturales, al que Daniela ayudó, al día siguiente, vino muy feliz y le dio las gracias por todo. Su madre le regaló una caja de bombones.
También estaba Elena, una chica a la que le apasionaba el baile y la moda. La madre le pidió a Daniela que le ofreciera clases de baile a su hija, aunque Daniela no aceptó. No sabía bailar de manera profesional, y no quería decepcionar a nadie.
-Dani, ¿puedes venir, por favor? -le llamó su chico favorito.
-Dime, Alberto -le dijo.
-Ayúdame con este problema de matemáticas, porfa. -pidió.
Daniela leyó el ejercicio. Ya le había explicado problemas de ese tipo unas cinco veces, y estaba cansada.
-¿Otra vez? -preguntó ella- Si te lo he explicado muchísimas veces.
-Por favor, Daniela, que mañana tengo examen y quiero aprobar. -suplicó- Explícamelo una última vez.
Daniela miró a Alberto, y en sus ojos castaños vio relejado su rostro, el rostro de cuando ella era pequeña y no tenía a ningún hermano mayor que le explicara las actividades. Sintió lástima por él, pero también por ella. Sonrió y añadió:
-Venga, vale. Pero me tienes que aprobar, ¿eh? -dijo guiñándole un ojo.

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