Capítulo 4: 'Sé que estoy buena, pero me parece que vas muy rápido'
Daniela llegó al bar después de echarse una siesta en casa. Una escalera conectaba el bar con su casa, por lo que nunca llegaría tarde al trabajo.
-Hola abuelo -saludó con dos besos- ¿Y mamá?
-Ha ido al psicólogo -respondió su abuela.
-Ah, vale.
Hacía años que iba su madre al psicólogo. Todo por culpa de su padre, nunca supo quererla. Nunca supo querer a nadie, sólo a él mismo. Lo que Daniela no entendía era cómo podía seguir queriéndolo pese a todo lo que les había hecho. Maltrató a su madre, la hizo sentir inútil... Pero, pese a eso, le quería. No sabía por qué. Su padre no tiene ninguna orden de alejamiento contra ellas, aunque no le hace falta, puesto que no ha vuelto a aparecer por aquí. Notaba sus ojos llorosos, así que se puso un delantal y comenzó a atender a los clientes. Era una hamburguesería. Iba tomando nota y pasándole los pedidos a sus abuelos. Mientras, ellos cocinaban, ella recogía las mesas y las ordenaba.
A las nueve llegó su madre, y Daniela se tomó un descanso para cenar algo. Se quitó el delantal, se preparó un campero de Kebab, y se sentó en una de las sillas a comérselo. Cuando terminó, recogió y limpió su mesa, y continuó con su jornada laboral.
Eran ya las una y media de la madrugada cuando Daniela salió a tirar la basura. El contenedor más cercano estaba en la calle de al lado, así que no tuvo más remedio que ir. Sintió como alguien la observaba, junto con un escalofrío. Pensó que lo mejor era volver al bar para sentirse protegida. Giró en una esquina, y unas manos la cogieron por la espalda y le taparon la boca. Daniela gruñó, pataleó e intentó gritar, pero la calle estaba desierta y no había nadie que pudiera ayudarla. La cara de un hombre apareció en su campo de visión, no sabía quién era, hasta que el hombre le quitó la mano de la boca y saludó con un abrazo y un:
-Hija, ¡cuánto tiempo!
-¿Pa- Papá? ¿Eres tú?
-Sí. ¿No me reconoces? -preguntó él.
-No te he visto tantas veces como para reconocerte -se limitó a responder ella bordemente.
-Has salido como a tu puñetera madre -comentó amargamente.
-Y muy orgullosa que estoy -replicó- Anda, vete de aquí antes de que mamá decida denunciarte otra vez.
-No conseguirá meterme en la cárcel, igual que no consiguió tu custodia. -sonrió malignamente.
-Me fui contigo por una mierda de orden que impartió un juez. Yo quería quedarme con mamá y lo sabes muy bien. -le echó la chica en cara yéndose hacia el bar.
-Eh, eh, espera -dijo él agarrándola fuertemente de la mano.- Te vas a tranquilizar, ¿vale? Y me vas a contar lo que dice el psicólogo de tu madre.
-¿Tú eres imbécil, papá? ¡Suéltame! -exclamó ella intentando zafarse de sus manos.- ¡Que me dejes!
El hombre no la soltaba. Daniela temía que le fuera a hacer algo. Sabía que su padre no estaba muy bien de la cabeza. Había vivido con él desde los doce hasta los dieciocho años, que fue cuando volvió a casa con su madre. Su madre había cogido una depresión al no tenerla a su lado. Afortunadamente, él no se atrevió a hacerle daño a Daniela, al menos, daño físico.
-¡Eh, te ha dicho que la sueltes! -se metió un chico moreno. ¿No se equivocaba Daniela, o ese era David?
-David, mejor que te vayas -aconsejó ella.
-Eso, tú hazle caso a tu amiguita, chaval, que esto es cosa de familia. -le apoyó su padre.
-Lo he grabado todo en vídeo. -dijo él levantando su móvil- No querrá que se lo enseñe a un juez y le denuncie, ¿no?
El hombre arrugó la cara y soltó a Daniela.
-Maldito niñato de mierda -masculló.
Daniela se marchó, junto con David, sin despedirse de su padre. Se fueron juntos hasta el bar, donde Daniela insistió en prepararle algo de cena. Presentía que él no había cenado. Hubo un silencio incómodo que Daniela rompió.
-¿Me espías, por casualidad? -bromeó.
-La verdad es que un poco -rió él.- No sabía que trabajaras aquí.
-Pues sí, ya ves. -respondió ella- ¿Y tú qué? ¿Ya has salido del trabajo?
-Sí. -sonrió- Esto... ¿quieres que comamos los dos juntos? -preguntó, directamente.
-Sé que estoy buena, pero me parece que vas muy rápido -rió ella.
-Bueno, en realidad, tengo a alguien fichada, osea que...
A
Daniela esto el sentó bastante mal. ¿Cómo podía haber creído que un
chico tan perfecto no iba a estar pillado por alguien? O que no tuviera
novia. Había sido tonta, la verdad.
-Yo ya he cenado -respondió fregando el plato y el vaso que le acaba de dar David.
-Si quieres, te ayudo -sugirió él.- No me importa, de verdad.
-Vale. Gracias. -sonrió.
-¿Sabes? -dijo mientras colocaba una silla frente a la mesa- Estás más guapa cuando no estás borracha.
-Oh, ¡venga ya! -exclamó ella- Tampoco estaba tan borracha, digo yo.
-Eso es porque no te viste -bromeó.
En ese momento sonó su teléfono móvil.
-Perdona -se disculpó- ¡Hola, Carlos!
Daniela
siguió recogiendo. David le hizo una señal y salió a la calle. Daniela
lo observaba mientras recogía. Estuvo hablando por teléfono un buen
rato, hasta que Daniela cogió la fregona para limpiar el suelo.
-¿Te apetecería venir a una fiesta? -le preguntó él.
-¿Una fiesta? ¿De quién?
-Un amigo mío, se llama Carlos. Va a hacer una fiesta este sábado, y me ha dicho que traiga a gente. ¿Quieres venir?
-¿Este sábado? Osea, mañana -preguntó ella- Pensé que íbamos a quedar para escuchar tu maqueta.
-Bueno, puedes venir por la tarde, y a la noche nos vamos a la fiesta. ¿Te apetece? -preguntó- Si no quieres, no pasa nada, ¿eh?
-No, de verdad, me gustaría ir. Muchísimas gracias -respondió ella.
-Ah, y si traes a gente, perfecto -dijo él.
-Vale. Traeré a algunas amigas. -respondió ella- ¿Me das la
dirección?
-Te la enviaré por mensaje -sonríe él.
-Ah, eso significa que encontraste el papel que te dejé, ¿no?
-Sí -respondió él.- Muy lista eres tú, ¿eh? -sonrió.
Con ayuda de David, Daniela consiguió terminar pronto de recoger, avisó a sus abuelos, y se fue con David a la calle. Ambos se apoyaron en una barandilla. Él sacó un cigarro y lo encendió.
-¿Fumas? -preguntó ella, sorprendida.- Pensé que apenas tenías para llegar a fin de mes.
-Lo intento dejar.
-Sabes que es malo para las cuerdas vocales, ¿no?
-Sí, pero relaja. -respondió él- ¿Quieres?
-No, gracias -negó ella.
-¿Qué te pasa con tu padre?
-No es nada, es que... -comenzó.- Maltrataba a mi madre. Tenía doce años cuando el juez le dio mi custodia a mi padre. Él convenció al juez de que mi madre no estaba capacitada para cuidarme, así que el juez me llevó con mi padre. Al principio no entendía lo que pasaba, pero con el tiempo, me di cuenta de lo que se había convertido mi padre -se le rompió la voz- Nada más cumplir los dieciocho, volví con mi madre, lo que le sentó fatal a mi padre. Desde entonces, comenzó a acosarla por mensajes y mi madre cogió una depresión.
David escuchaba en silencio, sorprendido por todo. Su madre lloraba de dolor por su padre, pero nunca llegó a tanto. Pese a todo lo que estaba viviendo, se sintió afortunado.
Daniela se giró y comenzó a llorar, esperaba que David no la viera, pero no fue así. Se acercó a ella y le pasó los brazos por la cintura.
-Gracias por confiarme tu secreto -le dijo a ella.- ¿Quieres una caladita? -volvió a ponerle el cigarro frente a sus ojos.
-¿Tú no te preocupas por la gente? -preguntó ella, ignorando el cigarro.
-Puede parecer que no, pero las veinticuatro horas del día estoy pensando en mi madre y en mi hermanita. Las echo de menos.
-¿Cómo se llaman? -preguntó ella.
-Mi madre, Matilde, y mi hermana, Lucía. -respondió- ¿Tienes hermanos?
-No.
-Y, cuéntame, ¿cómo es eso de trabajar en un bar?
-Frustante y agotador -respondió ella- No tengo momento para estar relajada.- Volvió a recordar que el cigarro relaja, entonces se lo quitó a David de las manos y se puso a fumar.
-Ahora no te lo tendría que dejar -sonrió él.
El teléfono de Daniela comenzó a sonar. Era su madre, estaría preocupada.
-Me temo que te tengo que dejar. Mi madre está preocupada -dijo ella terminándose el cigarro.
-Está bien. Adiós -se despidió el chico.- ¡Gracias por la cena! -gritó antes de que Daniela entrara al bar.
Ella se giró y le sonrió. Le encantaba ese chico.
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